RICARDO EL CICLISTA EXPLORADOR


RICARDO  EL CICLISTA EXPLORADOR

Érase una vez un ciclista llamado Ricardo. Le encantaba salir a pasear con sus amigos por la montaña porque había descubierto que en su bicicleta se sentía libre y fuerte como un león. Ricardo tenía un amor, Isa, que le esperaba en casa cada domingo a la espera de las nuevas aventuras de la mañana dominguera. Pero lo que Isa no se imaginaba era la sorpresa que le esperaba uno de esos días tranquilos de domingo por la mañana…

Ricardo salió temprano. Había quedado con sus amigos en el lugar de siempre pero, por culpa de un pinchazo, llegó tarde. Como no sabía la ruta que habían cogido decidió salir a explorar nuevos caminos y así fue como llegó a un sendero hermoso y florido, lleno de luz y color. Ricardo el Ciclista quedó impresionado por la belleza de ese páramo, que siempre había estado ahí pero que no había sabido ver.

Estaba solo y no lo podía entender. ¿Cómo era posible que no hubiese un alma paseando por ese hermoso lugar? ¿Acaso nadie lo había descubierto? Ricardo el ciclista decidió bajar de su bicicleta, se sentía tranquilo, y por primera vez no necesitó el viento en la cara en esas bajadas de impacto. El silencio, el olor, el color de ese lugar lo había hechizado. “Ojalá Isa estuviese aquí, le encantaría este lugar” –pensó- Y es que era como haber descubierto un hogar.

Entre las flores había una, la más hermosa, no había color rojo parecido al suyo. Nunca nada había brillado tanto. No pudo resistir llevársela a casa.
-         ¡Que hermosa flor! – Exclamó Isa cuando lo vio llegar.
Dijo Ricardo: - La llamaremos Carla, porque su color recuerdo el rojo más profundo, casi escarlata.
Con el paso de los días esa flor se fue transformando en un hermoso bebe y dijo Isa: -Este bebe será nuestra hija. La cuidaremos y querremos.
Y desde entonces la pequeña Carla fue creciendo y desde entonces Isa y Ricardo le daban un beso hermoso cada día. El ciclista explorador fue el más feliz de los papas desde aquel día. De vez en cuando aún espera encontrar el sendero pero cuentan que jamás lo volvió a ver. Su flor ya estaba en casa y nunca necesitó volver al sendero luminoso.
Carla 

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1 comentari:

Delfica ha dit...

Preciosa història d'amor.